Estados unidos ha servido de cuna y segunda patria para millones de dominicanos. Desde el año 2017, se estima que hay más de dos millones de estadounidenses de ascendencia dominicana (que nacieron en USA de padres dominicanos) y otros que han migrado a dicho país. Sin embargo, la historia de esta migración se remonta a los años de dictadura trujillista (1930-1961), la guerra civil e invasión norteamericana en 1965, la apertura de Estados Unidos a migrantes no europeos, la llegada y el fortalecimiento de Joaquín Balaguer (1966-1978), el crecimiento poblacional y la crisis azucarera en los ochenta.
Inicialmente la ciudad que tuvo mayor migración fue Nueva York, y hasta la fecha, según datos estadísticos, el grupo latino más grande que sigue encontrándose en esta área de NY (mayoría de estos viviendo en el Bronx y Manhattan) son los dominicanos. Igualmente, Boston en Massachussets y otras zonas circundantes en el norte de New jersey y Rhode Island, como Paterson y Providence.
El motivo trascendente de estas migraciones a lo largo de los años se basa en diversos factores psicológicos, culturales y políticos, aunque casi siempre predomina el deseo intrínseco de los dominicanos por superarse y adquirir mayores ingresos, para así ayudar a la familia que quizás quedó en su patria, esperanzada de una vida mejor.
Un aspecto notorio es el cambio de comportamiento que adopta el dominicano en la parte financiera, por ejemplo, casi nunca el dominicano en su país tiene sentido del ahorro, no controla sus gastos y siempre se ven sobregirados. Esto se ve totalmente cambiado cuando el dominicano adopta una conducta ahorrativa en el país extranjero y sabe que tiene que acumular riquezas para invertir, mandar remesas a sus familiares, asegurarle mejores condiciones de vida a los suyos.
Por otro lado, el proceso no se hace tan fácil. Migrar evoca imágenes de rotura, de abandono de ciertos valores culturales y nuevos valores, de suerte que el migrante es un ser transformado o está expuesto a un proceso constante de transformación. Sin embargo, el dominicano nunca pierde la identidad, esta siempre queda como parte esencial del mismo. A nivel sentimental y ontológico, su apego a su tierra, a su gente, a lo que es, nunca cambia.